lunes, 15 de agosto de 2016


MEMORIAS DE ARENA
"Estos sonidos lejanos, que, dentro de pocos días habré dejado de oír, me colman el ánimo de una atroz melancolía". (Isabelle Eberhardt, Los diarios de una nómada apasionada".

Han pasado varios meses desde nuestro viaje a las puertas del desierto del Sáhara. Mi memoria está cubierta de una fina película de arena dorada que, sin embargo, limpio fácilmente con ayuda de la pera pincel con la que suelo limpiar la cámara fotográfica Canon EOS 600D, con la que suelo hacer mis fotos con un objetivo 18-55 mm. Y después de limpiar veo con nitidez lo que ví hace meses, y lo refresco con algunas de las instantáneas que tomé en ese viaje delicado, amable,sereno y dulce como el té que nos servía Hassam, cada mañana y cada tarde en la casa sencilla (hotel des peregrines) de Bounou, en cuyas modestas estancias de adobe, desnudas de toda ornamentación pasamos unos días agradables y plácidos.
Oigo en mi equipo de música,el Concierto para oboe y violín en do menor BWV 1060 de Johan Sebastian Bach, el padre de la música, el que abrió la puerta para que le siguieran por ese maravilloso camino artístico: Mozart, Beethoven, Brahms, Schubert, Mahler, y los demás grandes de la música.
Por fin, llegamos  ma nuestro destino a las puertas del desierto, tras dos días de viaje desde Marrakech. La amabilidad y hospitalidad de Hassam, Aixa, Azid y Marianne, nos reconfortan tras el cansancio y las largas horas de desplazamiento en coche, atravesando el Atlas, llegando a Telouet a 1.300 metros de altitud, donde pernoctamos, y atravesando las llanuras desérticas de Zagora desde donde el desierto empieza a darnos la bienvenida.
Sería muy largo de contar aquí, las vivencias de un viaje tan enriquecedor. Desde la pérdida progresiva de la prisa que vamos abandonándola por el camino, como el estrés de la vida en las ciudades. El móvil va perdiendo cobertura y llegados al destino, nos quedamos aislados telefónicamente. Si queremos usar el móvil, o la tablet, para llamar o para Whatsapear, o facebookear, etc, hay que desplazarse a un pueblo cercano donde hay un hotel a cuya sombra puedes wifear y comunicarte con el mundo exterior, aunque esto no es muy recomendable, una vez que llegas a Bounou. El ambiente te va envolviendo y poco a poco entras en contacto con las gentes del lugar que son muy pocas, la familia de Hassam y algún vecino que pasa por el callejón de los milagros, tomando el título de uno de los libros del egipcio Naghib Mahfuf, que obtuvo el Nobel de Literatura en 1988. El sonido del viento que llega del desierto te invita a cruzar la pequeña puerta que se cierra por la noche por temor ancestral a los invasores que de noche llegaban a las Kasbashs para robar a los vecinos generalmente, gente sencilla que se dedica a la agricultura (palmerales de dátiles, pequeñas hazas de trigo, y pequeños huertos para el autoabastecimiento) y a apacentar oveja, cabras, algún borriquillo y algún dromedario. El agua escasea a pesar de que cerca de la Kasbahs, pasa el cauce hoy seco, salvo en algunas semanas de algún invierno especialmente lluvioso, pues más arriba en Zagora y más arriba en Ouarzazate, el Dráa es sometido a una fuerte demanda de agua que lo deja prácticamente seco cuando se adentra en los arenales de los oasis de Bounou y de M' hamid.
El sonido del viento se te hará familiar al oído. Y cuando en días de tormenta se convierte en simún, hace oscurecer la atmósfera y el cielo azul se torna del color de la arena, y tendrás que guarecerte del ambiente arenoso y molesto. Algún balido de oveja o de cabra, voces árabes, beréberes, se escaparán por entre las hendijas de las puertas y ventanas de las casas de adobe, y a las horas, la voz del muecín, en directo o grabado emitirá desde el alminar los cánticos de llamada a la oración para los musulmanes.
La marcha hacia las dunas supone un recogimiento interior, una llamada al retiro del alma, a parar la cabeza de tanto jaleo consuetudinario, y a dejarte llevar por los sentimientos, por las palabras, por las miradas, por las emociones y los sentimientos de amistad, de solidaridad, de cariño, de afecto y acaso de amor profundo. Enaltece esa huida al desierto donde reina la calma. Enriquece la visita a los zocos donde bulle la vida. Y se agradece el regreso al silencio y a la calma de la casa donde huele a menta y a jazmín y a pan recién cocido en el horno de barro por las manos de Aixa que cocina los tajines, los couscous, los pinchitos morunos, y los demás alimentos de la gastronomía bereber.
En las dunas cercanas a Bounou, disfrutamos de los amaneceres y los atardeceres, y allí sentimos la lenta marcha del tiempo mirando a la salida del sol con el nuevo día, o al ocaso del sol cuando la tarde languidece y renacen las sombras, y esas sombras alargadas que desaparecen al ocultarse el astro rey, nos sumergen en la meditación y en el disfrute del día y de los momentos vividos en armonía con los seres queridos y con la asombrosa naturaleza que nos maravilla y que debemos de conservar para el disfrute de nuestros nietos, que lo tendrán crudo ante la amenaza del Cambio Climático. Feliz mes de agosto y disfrútenlo, que tras su cénit, empieza indefectiblemente, el declive hacia el ocaso del 31.

















   


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