lunes, 20 de abril de 2015

Diario de un nómada
Llegamos de noche a Telouet. No habíamos reservado hotel. Ibamos a la aventura. La noche estaba infernal. Desde Marrakech unas tres horas y media ascendiendo al Atlas por la carretera asfaltada con infinitas curvas, y apenas visibilidad para adelantar. Para colmo, la lluvia intensa y la niebla en determinados tramos de la carretera, empezaron a acompañarnos según iniciamos las primeras rampas del ascenso que dura horas. La noche se nos echó encima. Los faros bien despiertos y en algunos casos los antiniebla, pues a veinte metros no se veía. Presenciamos adelantamientos suicidas, en los que un coche con muchos años en su chapa y motor se atrevía a adelantar no a uno, sino a dos camiones trailer, que casi juntos impedían el adelantamiento uno a uno, con lo cual el conductor temerario tenía que arriesgar a adelantar a dos vehículos pesados que ocupaban más de treinta metros por delante. Antonio al volante, agudizaba la vista, y prudente esperaba a adelantar cuando veía unas condiciones mínimamente favorables. Aún así, en un adelantamiento pisando la línea continúa como lo vimos que hacían los marroquíes en determinados tramos y cuando la marcha lenta de los camiones nos mantenía durante decenas de kilómetros detrás de un camión y a no más de cuarenta o cincuenta por hora, en uno de esos adelantamientos indebidos, digo, fuimos sorprendidos junto a otros conductores que iban delante por las manos en alto de unos funcionarios de policía de carretera marroquíes, quienes nos indicaron que aparcásemos en el arcén. Después de discutir un poco, tuvimos que avenirnos a pagar la multa y con resignación y unos cientos de dirhams de menos en nuestra cartera, emprendimos de nuevo la marcha, bajo la lluvia camino de Telouet. Llegamos a las diez y media de la noche. Vimos algo de luz en uno de los pocos hoteles que hay en este pueblo de montaña a 1.900 metros. Tras aparcar vimos que salía uno, dos empleados, y dijimos estamos salvados por esta noche. Pregunté tienen habitaciones, dijeron "no problem". Y comprobamos que en Marruecos casi todo es posible aunque parezca imposible. Y el puntazo fue que nos pudieron hacer unas tortillas beréberes que nos supieron a gloria, eso sí con agua de acompañamiento como mandan los cánones. Dormimos aquella noche, bajo un fuerte viento que parecía iba a entrar por las rendijas de la ventana y nos arrastraría en volandas al fondo del valle, pero afortunadamente todo quedó en el fuerte ulular del viento. Y al día siguiente un día radiante nos recibió en nuestro primer amanecer en el Atlas marroquí, camino del desierto. Gracias a los empleados del Auberge restaurante y a las gentes de Telouet, amables y hospitalarias.





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