viernes, 30 de junio de 2017

   El calabacino, una ecoaldea del neoruralismo 
                                                                                                                                                                                                 El calabacíno, pedanía de Alajar, parque natural Sierra Aracena y Picos de Aroche, Huelva. 105 habitantes según censo Ayuntamiento, según vecinos son cerca de 140. Más de 60 adultos y medio centenar de niños y jóvenes, una rareza en el mundo rural que tiende a despoblarse. Cuenta con una ermita de 1749, de planta cuadrada y bóveda vaída. En el siglo XIX, el Clabacino llegó a tener 600 habitantes. En 1920, lo habitaban 230 personas. Se fue despoblando y en los años 70 del siglo XX, algunos hippies y bohemios encontraron aquí su paraíso. Ocuparon casas derruidas y abandonadas, las fueron restaurando y hoy hay unas 47 viviendas, con algunas yurtas o tiendas nómadas.  Los jóvenes hippies forman hoy una comunidad amable de pequeños productores hortelanos, músicos, licenciados con algun trabajillo temporal, mujeres jóvenes con varios hijos que saben del dicho popular: si bebes del agua de la fuente, te quedarás preña. Viven pacíficamente, armoniosamente en paz con ellos mismos y con la madre naturaleza. Hoy el Calabacín es un ejemplo de lo que se ha dado en llamar el neoruralismo, o una forma social de convivencia: la ecoaldea, en la que se vive en contacto con la naturaleza, con una filosofía de vida sostenible, respetuosa con el medio natural, procurando consumir productos ecológicos que ellos mismos cultivan en sus huertos.  Algunos de la comunidad son: Cecilia, con 2 niñas y Daniel, con un niño; Luis; Darma, 4 hijos y 4 nietos; Rosa con una niña de 2 años; Ili, mujer nacida en Alemania sube con el burro cargado de la compra en Alajar. Felipe y Maria, 5 hijos y 3 nietos. Él lleva aquí desde 1988, y su casa es una de las más acogedoras y mejor conservadas. Irene, hija de Felipe y María está en segundo de ESO, en Alajar, e irá al Instituto a Aracena. Los colegios de Alajar tienen vida gracias a estos niños y niñas de El calabacíno. Cecilia y Daniel, músicos y artistas viven en una yurta en la parte alta de la aldea, al igual que Sebastián, padre de Río que mira a su niña columpiándose felizmente. Carel holandés y Susane, alemana del Este que se vino a España 3 años después de derribarse el muro de Berlín en 1989, es decir, en 1992, el año de la Expo de Sevilla. Tienen su casita con placas solares para la electricidad y el agua caliente, como casi todas las casitas y yurtas de El Calabacino que son construcciones sostenibles, con mínimo gasto energético, lo que contribuye a mitigar los efectos del Cambio Climático. Jota nació en Merida ,estudió Filosofía y Antropología, y es instructor de artes marciales. Jota y María tienen dos niños Luka de 4 años y Sabina de 2. Tienen una denuncia del Parque natural con multa, pena de cárcel y amenaza de derribo de la ecovivienda que ha construido Jota con materiales nobles, madera de castaño, roble y sabina, pacas de paja protegidas con sal de borax, sobre pilotes y cimentación bastarda; las autoridades le piden cárcel porque al parecer la ecovivienda construida no reúne las condiciones exigidas por la legislación urbanística. Y al igual que jota, otras personas se ven amenazados por parecidas circunstancias. Beca, norteamericana está citada en 10 días a una vista en el Juzgado de Aracena.  Estas personas, estas familias han escogido una forma de vida en contacto con la naturaleza, cuidan del monte, de las fuentes y manantiales, de las acequias o cimbras subterráneas, cuidan y limpian, el camino real empedrado que une Alajar con Castaño del Robledo. Han acordado que los coches se queden en la parte baja del Camino Real para no contaminar. Suben a la ecoaldea, andando o en burro si suben muy cargados. Estas jóvenes familias garantizan el relevo generacional en esta parte de la sierra de Huelva y son un ejemplo como custodios del medio ambiente y del medio rural vivo que ellos  dignifican. Son pacíficos y solidarios. Ayudemosles a seguir viviendo libremente en el Calabacíno de forma sencilla y sustentable, ejerciendo la autogestión. No les presionemos con exigencias burocráticas, con medidas coercitivas que les inciten a marcharse, dejando al medio natural desprotegido y al pueblo vacío, sin vida. Animemosles a que sigan viviendo en esa Arcadia feliz, el Calabacíno.








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