martes, 6 de octubre de 2015

DEFENSA DE LA SANIDAD PÚBLICA. A NUESTROS POLÍTICOS: MENOS RECORTES Y MÁS MEDIOS HUMANOS Y PRESUPUESTARIOS, POR FAVOR. 

Me ví en una sala en la que dominaba el color blanco de las paredes. Cinco butacones azules y uno en negro con ruedas para transportar al, o a la ocupante. Varias lámparas de neón iluminaban blanquecinamente la atmósfera. Fuera lucía el sol. Dos cuadros reproducían un ojo cada uno de diferentes colores. Una pantalla separadora con tela blanca opaca ocultaba un espacio anexo. Delante de mí una puerta con cristales translúcidos me impedía ver lo que acontecía al otro lado del pasillo. Me ví allí sentado en uno de los sillones azules, después de haberme acoplado una delgada bata verde, un gorro con elástico del mismo color y unos patucos verdes también como los que te ofrecen cuando visitas las instalaciones de una fábrica o cooperativa lechera o una planta de manipulación y envasado de frutas y hortalizas, o de otra índole parecida. Me había conducido a aquel espacio una enfermera vestida de azul que usaba lentes o gafas, como yo. Me relajé o procuré relajarme. Pasaron unos minutos, ocho quizá, que poco a poco se hacían interminables. Oí unos pasos tras la puerta de cristal traslúcido y escuché el sonido del clic al abrir la puerta. Con la mano apoyada en el pomo apareció la enfermera azul que me invitó a pasar a otra sala que reconocí al instante: el quirófano. Saludé a una enfermera de verde. Le dejé mis gafas para que la dejará por allí. Me invitó, también, a subir a la camilla y a tumbarme boca arriba. Una intensa luz blanca me cegaba, por lo que cerré los ojos. Oía voces y al poco, la voz reconocible de Mercedes, la cirujana dermatóloga que hacía unas semanas me hizo firmar un documento en el que asumía ciertos riesgos derivados de la operación a la que estaba a punto de someterme y en el que me recomendaban determinadas medidas preventivas y de higiene. Unos dedos femeninos, las cuatro personas que se concentraron en torno a mí, eran mujeres, limpiaron la zona de mi rostro, canto externo derecho de la cara, cerca del ojo que iba a ser examinada e intervenida. Pintaron o señalaron en la zona a tratar. Noté unos pinchazos de la anestesia local y la voz de Mercedes que me animaba, señalando que esta operación duraría poco. La médica, la enfermera y las dos residentes se intercambiaban informaciones sobre lo que veían. Yo crucé los dedos de las manos y asenté estas sobre el vientre, aceptando la situación de manera "slow". Me pusieron unos paños o telas de papel sobre la cara y abrieron el hueco para ver solamente la zona a intervenir. Luego empecé a notar cosquilleos, y lo que supuse eran cortes finísimos en la piel, y tras eso pellizcos o tironcitos con los que que intuí me extraían trocitos del organismo afectado por la enfermedad a la que designan CBC (Carcínoma Basocelular, con b). Siguieron unos minutos, pierdes un poco la noción del tiempo, en los que seguían pellizcando y notaba algunos pinchacitos. Yo bromeaba con la médica cirujana y las enfermeras tratando de no pensar en todo lo que ellas veían y hacían en esa parte de mi cuerpo. Me dijeron que incluso me quitarían algunas arrugas en esa zona externa del ojo, algo por lo que enloquecen muchas mujeres y algunos hombres, pues parece Luego les oí que ya casi estaba. Faltaban los puntos que cierran toda herida. Noté pinchacitos y con gasas supongo me apretaban en la zona una y otra vez. ¡Ya está! oí con agrado. ¿Cuántos puntos me habéis dado? -pregunté. Y los contaron, siete, ocho, nueve, diez. Y se paró, ahí la voz que enumeraba, cuando yo estaba ya preocupándome, al oír ocho y oír que seguía.
Noté que me quitaban las gasas y paños que me cubrían. Apagaron la luz blanca. Fue un alivio tras mis párpados. Por un momento pensé en mi ojo derecho que había estado muy cerca de la elegante carnicería. Abrí los ojos y me acordé de Amenábar (que buena su última película "Regresión", que creo puede ser nominada a los Oscares) y ví que distinguía y veía bien, y eso me tranquilizó. Me indicaron que me incorporara poco a poco y así lo hice. Me senté primero sobre el borde de la camilla, y luego busqué con las suelas de los zapatos el apoyo en uno de los dos peldaños del pequeño banquito que ayudaba a subir y bajar de la camilla. Ya en el suelo, pedí mis gafas. Agradecí a la enfermera y a la doctora su atenta disposición y también agradecí su intervención a las dos jóvenes residentes, que me miraban con la mascarilla verde puesta sobre su cara. Me fijé y alabé sus ojos color caramelo, una de ellas, y verdes los de la otra joven mujer. Se quitaron luego las mascarillas y ví su radiante belleza juvenil en sus rostros. Aquellos ojos y aquellos cerebros habían estado pendientes durante más de 30 minutos de la intervención que me hicieron. Bromeé. ¡Voy a recomendar esta operación a mis amigos, pues si encima me quitáis unas arrugas, estupendo. La enfermera dijo: Si esto se lo hubieran hecho en Estados Unidos, le habría costado bastante. Y respondí: ¡Tenemos la suerte de que nuestra sanidad pública, es muy buena y cuida de nosotros, y me faltó decir: ¡aunque desde hace unos años los recortes os obligan a sacar petróleo de donde no lo hay, y eso hay que agradecerlo doblemente. ¡Gracias a todas! Y oí las instrucciones para la convalecencia y cuidado de la herida y quedamos en una semana para que me quitaran los puntos en  mi centro de salud, y en vernos en dos meses para ver la evolución y saber los resultados del análisis en laboratorio del trocito de mal extraído, que espero haya sido extirpado plenamente, de forma que no tenga que preocuparme más de esa gotera que con la edad ha aparecido en mi rostro y que felizmente me han extraído estas jóvenes sanitarias de las que debemos estar orgullosos los andaluces y por ende los españoles.  ¡Defensa de la sanidad pública y más medios y presupuesto para mantener la sanidad universal en nuestro país!  ¡Y a vosotras, angelicales sonrisas en torno a mi pequeña herida, gracias de nuevo por vuestra profesionalidad!

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